jueves, 15 de julio de 2010

La versatilidad ha sido uno de sus signos más distintivos
El frenesí del deambular por lo simbólico
Sin máscaras ni medias tintas y despojado de lugares comunes se revela la vida de un hombre vigilante del entorno desde la tribuna de la sensibilidad

David Rodríguez

De su recorrido anónimo por la Universidad Central, aún conserva esa personalidad reservada y poco extensiva que para muchos resulta arrogante. Esa diversidad que lo caracteriza no es apreciable si se ve frente a frente: rapado y de cara limpia, pero implacable en su combinación a tonos neutros: siempre grises, negros, olivas y marrones. Generalmente no hay espacio para el blanco, pero en alguna ocasión se le ha visto deslumbrar con una camiseta de ese color. Eso sí, siempre de manga larga; bien sea de camiseta entera, o al estilo sudadera (por debajo de una franela de mangas cortas).

El adjetivo de implacable es sinónimo de no dar tregua, de severidad o de dureza; pero en este caso la acepción de rigurosidad es la escogida porque -como ya comentamos- a la hora de elegir combinaciones sus pantalones no escapan a esa predilección por colores reservados y anónimos para el lugar común que se predica en la mayoría del desfile: convertirse en una valla humana, de gratis.

Por su cabeza no pasa otra cosa que la imagen y la estética, pero haber aprendido a escribir bien en la carrera de Letras le resultó determinante para poder expresar con la lingüística aquella pasión adquirida en esos años de infancia en La Pastora.
Su abuelo periodista, casi sin querer, le empapó de sensibilidades cuando recorrían juntos el Centro Cultural Gustavo Meire, de la parroquia caraqueña. Nunca olvidará, a pesar de su corta edad, las tardes escuchando tertulias de Arturo Uslar Pietri, o viendo al maestro Jesús Soto por aquellos lares. La literatura y el mundo de las artes plásticas que tanto defendía su abuelo, dejaron en él los frutos que lo alimentarán durante toda la vida.


Aún recuerda con cariño su clases de cine y producción audiovisual, su viaje a Cuba al Festival de Cine de la Habana, y los esfuerzos de una de sus mentoras para que se apegase -sin éxito- a las corrientes socialistas. Pero si realmente hay algo significativo en su vida fue su estancia en el Teatro Teresa Carreño como guía de sala.

Tantas tardes y tantas noches de espectáculos en el teatro que lleva el nombre de la famosa pianista venezolana, le construyó un modo de ser y estar en el mundo corporativo de la cultura y del conocimiento. El ver y observar con tanta frecuencia obras como las del ballet de Barishnikov o las óperas de Pavarotti, entre otras, aunado a todo lenguaje adquirido en su paso por las escuelas de cine y televisión, hizo de él un ser lleno de voluntad inefable, con ganas de abarcar todos los espacios que le producen inquietudes.


Barishnikov

Pavarotti


Y es que esas ganas de abarcar tanto como se desea, solamente pueden no calificarse de quijotescas en un ámbito donde las libertades sean plenas; donde haya espacio para la diversidad. La Universidad Central de Venezuela reunió esas posibilidades del libre albedrío y tuvo el rol de alimentar un espíritu de libertad que se consigue en lugares como París, donde nadie voltea a verte y donde sólo si deseas haces amigos, descartando el rechazo de terceros si en lugar de esa vía se eligen la soledad y el aislamiento como destino.

El confeso amor por su alma mater irónicamente se desconoce si no se ahonda en su personalidad, ello sería un imposible, sobre todo, por la dedicación exclusiva que ofrece a la casa de estudios jesuita en Montalbán.

La Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) es su centro de operaciones para la investigación de los fenómenos de la comunicación visual. Allí comparte su estudio profesional con la docencia, y su participación en aulas de clases le genera satisfacciones que superan sus logros individuales.
Llegar a la Bienal de Venecia como curador de la obra de Santiago Pol, lograr diversas publicaciones en revistas especializadas de diseño -dentro y fuera del país-, o el premio de investigación otorgado por la UCAB en 2009, no representan nada comparado con las lágrimas de una alumna conmovida al salir de una presentación de performances, o con la conciencia del discurso simbólico que algunos estudiantes logran desarrollar.

Él es un simple relator, un cronista empeñado -como pocos- en visualizar las respuestas estéticas de la sociedad venezolana frente a lo antagónico de poseer dos países dentro de uno: aquel que vive indigesto del mito simbólico militarista, que carece de patrón cultural, conformado por gente que ha dejado que la vida los lleve de cualquier manera, y el otro país ilustrado que produce simbología de alta calidad, pero que sólo es descifrado por unos pocos que representan absoluta minoría.

¿Puede haber alguien más que considere a su país una invención artificial? La concepción de movilidad y constante cambio es lo que él considera que es la identidad., no nuestros escasos 200 años de historia como República.
La densidad de su reflexión puede resultar una abstracción, pero apoya su doctrina en ese estudio de las representaciones urbanas que tanto caracteriza a las sociedades desgastadas por establishments oficiales. La paradigmática canción de Silvio Rodríguez que reza “viva el harapo señor, viva la mesa sin mantel” representa todo lo que no busca en el arte, que es la innovación y la intención de lograr la excelencia, aún careciendo de ella como concepto académico.

El errar por la ciudad y el deambular por sus entrañas de forma creativa, observando las representaciones y buscando sus significados, es un ejercicio que le ocupa ahora y siempre. La sensación de que la cultura contemporánea es un deambular creativo, cargado de mucha simbología, de muchas necesidades y de deseo, recogen gran parte de su concepción de Caracas: un sitio donde las mujeres quieren verse hermosísimas y los hombres arreglados, porque se consideran a sí mismos seres estéticos y errantes que transforman el espacio.

El arte, la imagen y lo simbólico son algo como frenético para él; y su relación con la ciudad, casi una necesidad. Si pierde ese contacto se volvería loco… así es Humberto Valdivieso, alguien que a pesar de amar a lo estético y a lo plástico está completamente seguro de que lo analógico desapareció hace rato y que ya es una tecnología vencida.

Para él la ciudad se entiende como una trama de relaciones que se reflejan en las marcas que dejan todos los artistas en su recorrido, y está seguro de que esas marcas existe una conciencia de hipervínculo que está relacionada con la forma en como interactuamos con Google.

Mtv trató de hacer Unplugged en los noventa, y en ellos terminó todo el mundo conectado. Entonces eso tenía que haber sido “Intimate” en vez de Unplugged. No te puedes desconectar, no hay forma: es imposible.” Humberto Valdivieso.

Humberto Valdivieso



Por David Rodríguez Gómez

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