miércoles, 17 de junio de 2009

“La depresión es una moda”

Víctor Álvarez Riccio

Son los medios de comunicación promotores de expectativas irreales en la gente

Es Licenciada en Psicología, egresada de la Universidad Católica Andrés Bello de Venezuela. Se desempeña como docente y terapeuta. Forma parte de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y ha aportado al oficio con varios escritos y programas gremiales para perfeccionar formas de tratamiento. Es también Premio Monte Ávila de Poesía para Autores Inéditos el cuál le fue dado por su poemario Pasos Cortos. Ha ejercido la profesión de psicoanalista durante 21 años. Se llama Ruth Hernández.

—¿Cómo evalúa el ejercicio del psicoanálisis en Venezuela?

—Como agremiada no me tocaría hablar mal. Somos los guías espirituales de estos tiempos, ya desde hace mucho. La gente abandonó la iglesia y el confesionario para entrar en nuestros saloncitos de terapia. ¿Qué opino yo del ejercicio de la profesión en Venezuela?, no puedo englobar a todos mis colegas, sin embargo, siento que hay mucho de aprovechamiento. Es una cuestión que es forzada por la situación cotidiana. Conozco más de un caso, y no daré nombres, pero esos psicoanalistas alargan los procesos de lo que podríamos llamar curación y es que los que vienen a nosotros son gente bastante afectable, y es inevitable que el estar en la sala de terapia se les vuelva una experiencia de catarsis, sin embargo, no es nuestra labor sacarle reales a la gente. Yo me siento satisfecha cuando, sintiéndome consciente de que el paciente ha superado el problema por el que vino a mí, caiga en cuenta que ya no me necesita. A veces es incluso una cuestión menos romántica de lo que pueda sonarte. Por decírtelo, y no hay estadísticas oficiales, pues estamos muy atrasados en ese aspecto, sin embargo, yo tengo una llegada recurrente de niñas y también varones, aunque te sorprenda lo segundo, con problemas alimenticios como bulimia y anorexia, y algunos de ellos están en una precaria situación en lo referente a su salud. Quizá alguno de los daños que puedan hacerse resulten irreparables en el cuerpo de dichas personas, entonces, ¿cómo es posible que algunos del oficio se limiten al simple monitoreo y al recetar pastillas y calmantes?, no, nuestra labor puede ser tan vital como la de un cirujano, y hay que tener un inmenso sentido de profesionalidad. Una sesión de psicoanálisis no debe ser una habladera de paja que termine en una receta.

—¿Qué debe ser el psicoanálisis?

—Primero, debe ser una cuestión muy matemática. Es algo de escuela, y es necesario tomarlo en cuenta, las formas que unen nodos en el proceso, sumar los números y sacar cuentas: sí de verdad quieres orientar a la gente desde un punto de vista objetivo para que por lo menos dejen de hacer de su cotidianidad un abismo debes mostrarles la auténtica dimensión de las cosas, y demostrarles que sus expectativas frustradas quizá estaban muy sobreestimadas, y es esa condición la fuente de muchas depresiones.

—¿Es la depresión lo que llega con más recurrencia a tu consulta?

—La depresión es una moda en la profesión y en el imaginario colectivo y las casas farmacéuticas no podrían ser más felices, porque, y volvemos al inicio, la falta de profesionalidad en muchas consultas resulta en diagnósticos encasillados que llevan la etiqueta de depresión: una pastilla y a la cama. La depresión, es desde mi punto de vista un significante que encierra muchas cosas como frustraciones, fracasos laborales o amorosos, desapegos, desilusión, desengaños, vamos, todo aquello que signifique alguna disonancia cognitiva fortísima, entonces, ¿qué debemos hacer?, ¿drogarlos para que ignoren sus problemas?, sólo en casos clínicamente muy graves yo apoyo esa moción. Lo que la gente tiene es, como mencioné, expectativas frustradas. Por ejemplo, la híper-sexualidad de los códigos actuales predisponen a la gente a expectativas amorosas muy altas. Las factibles carencias en el ejercicio de la sexualidad los arroja en un estado de decepción, pero muchas veces en verdad no tienen auténticos problemas, y como yo he concluido tratando problemas de pareja: el porcentaje mayor de los problemas y decepciones tienen su origen en influencias externas, no en las auténticas condiciones de la pareja. Pero, en otras cuestiones, incluso las expectativas más normales no son satisfechas, por eso el boom de mi oficio.

—¿Cómo se valoran esas expectativas normales?, ¿en que punto determinas la gravedad de la situación?

—Primero, determinar la fortaleza del sujeto. Si está saludable y no se auto-flagela, ya para mí es territorio seguro. Ahora, yo en los años 80 viajé con un grupo de colegas a Rusia, en periodos de plenos cambios políticos, y procuramos hacer ejercicios de psicoanálisis, en ingles, no pienses que hablo ruso, y sorprendentemente fueron muy productivos, y lo que concluimos fue que los cambios y la liberalización habían echo a la gente esperar mucho más de lo nuevo, y otros tantos estaban desengañados. Sin embargo, y a lo que quiero llegar, es que las carencias reales aún se sentían y con muchísima fuerza, entonces, era normal que la gente se presentase abatida. Ocurre lo mismo en Venezuela, pero mi profesión es muy burguesa, no todos tienen la capacidad de pagar y los que vienen a mí son personas con condiciones de vida aceptables, entonces, ¿qué los aqueja?, problemas de pareja, incomodidad en el trabajo o frustración por no ganar tanto como querían, y lo que yo procuro es relativizarlo, hacerles ver que no es tan grave e incluso tienen salidas reales. Son tan pocos los casos con problemas realmente graves y esos incluso pueden llegar a afectarme personalmente.

—¿De dónde sacan esas expectativas?

—Sonará comunista, pero de los medios principalmente.

—¿En qué nivel pueden afectar al psicoanalista?

—Casos hay como arroz, y la mayoría los tratamos como cosa de todos los días, pero te hablo de mi experiencia personal. Ocurrió el caso de una niña que yo atendí que había perdido a sus padres y vivía con sus tíos. Para esa época mi hija tenía la misma edad y no pude evitar sentir empatía, y eso no debe ocurrir, porque la profesión implica que yo como terapeuta dejo de ser sujeto y ejerzo mi rol de forma plena, y trato al paciente como un objeto, viendo las aristas de su problema y buscándole salida, pero ocurren ocasiones en las que es inevitable que me involucre. Muy pocos, pero ocurre.

—¿Cómo influencia ser de tu profesión para la vida cotidiana?

—No entiendo.

—¿Analizas a todo el mundo que conoces?

—Ah, no, claro que no. El análisis es un proceso largo. Lo único que podría hacer es filtrar comportamientos por alguna plantilla de clasificación pero poco más, lo que sí ocurre es que la psicología es como un dogma, es una ciencia social y busca explicar a los individuos, al explicar a los individuos terminas categorizando a mucha gente y cambiando tu propia forma de ser. Es como si uno fuese comunista: todo lo pasas por ese coladero, y eso no es precisamente malo, sencillamente tienes un punto de vista quizá más esquematizado de la vida.

—Y a tu familia, ¿la tratas?

—Mi niña está en constante monitoreo.

—Sobre tu producción artística, ¿cómo se relaciona con tu trabajo profesional?

—Es cosa del poder de la palabra, en el que creo firmemente, y se relaciona, por ejemplo, en terapias en las que yo invito a mis pacientes a escribir algo de su propia inspiración, y la verdad es una pendejada, pero es cuestión de símbolos, y personas que pocas veces han pensado en escribir cualquier cosa lo hace e inmediatamente se les ve más libres, quizá algo emocionados, porque dentro de su angustia están creando y entonces no se sienten tan decaídos, y yo aplico este principio en mí misma.

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